viernes, 27 de marzo de 2009

Lugares y recorridos de la memoria

“Lugares y recorridos de la memoria” (1): con un título así se puede decir de todo. Vayamos por partes.
Cuando decimos “memoria” -en este contexto- estamos hablando de memorias colectivas, de una memoria social, incluso del proyecto de una memoria pública. No estamos hablando de la memoria “tecnológica”, la de la conservación de datos, la de los “chips” de memoria. Y tampoco nos estamos refiriendo a una memoria personal o familiar. Estamos hablando del desafiante proceso de elaboración, reelaboración y circulación de relatos sobre el pasado, al que solemos pensar en relación a la dictadura, si bien todo pasado tiene relatos que lo cuentan y le dan sentidos. Sentidos en disputa.
Salgamos así de la inocencia de pensar a la memoria como antagónica del olvido. El olvido es parte de la memoria. La memoria supone recuerdos, olvidos y silencios. Ricoeur decía que la memoria es “el presente del pasado”.
Entonces preguntémonos: ¿Qué recordamos y qué olvidamos? ¿Cómo recordamos en nuestro presente, para nuestro presente? ¿Dónde lo recordamos?

Ese dónde remite a lugares. Mucho se ha hablado en los últimos tiempos de “lugares de memoria”, en relación a las “marcas” o los “espacios físicos” de la última dictadura. Y sobre todo a partir de que el tema entró en la agenda del Estado, hace poco más de diez años.
La mayoría de las veces se trata de iniciativas de “recuperación” de las “sedes del horror” como “espacios de memoria, verdad y justicia”. Aunque no es específicamente el caso de La Plata, Berisso y Ensenada: en esta región, acaso la principal escena del crimen (con la “tasa de desapariciones” más alta, con al menos 15 centros clandestinos), ningún campo de concentración ha sido establecido como lugar de memoria. Sí se han recuperado sitios irrumpidos por la barbarie represiva (como la Casa Mariani-Teruggi) y espacios funcionales al autoritarismo (como la ex Dirección de Inteligencia de la Policía). También se han colocado placas señalando comisarías, y por supuesto existen múltiples marcas que operan como despertadores del recuerdo, pero ninguna sede del horror explícito fue objeto de iniciativas como por ejemplo la “Mansión Seré” de Morón.

Volvamos a la idea de “lugares de memoria”. La noción, ya en su uso coloquial, señala que en la ciudad hay marcas que refieren al pasado (más allá y más acá de la dictadura: porque también las viejas estaciones ferroviarias, la casa donde vivió cierta persona, el sitio donde estuvo tal panadería, son marcas). La ciudad en sí misma, entonces, es un relato.
Y eso más allá de los estudios culturales urbanos, que asemejan la ciudad a un texto que todos estamos construyendo todo el tiempo. Corramos a un costado ese “hormigueo humano” que escribe la ciudad cotidianamente, y aún así podemos decir: el trazado, los distintos edificios públicos, las fachadas de las casas, contienen un relato. Quienes fundaron La Plata (una de las pocas ciudades planificadas de antemano) escribieron o esbozaron uno.
Pensemos, por ejemplo, en lo que se conoce como el eje monumental. En primer lugar, tengamos en cuenta que la ciudad se había pensado como una ciudad portuaria, es decir, se esperaba que crezca en la dirección a la que apunta la calle 52 (y no como lo hizo, mirando a Buenos Aires). La entrada del Bosque es entonces la entrada de la ciudad. Hubo allí una ostentosa puerta que lo anunciaba, a la que derribaron a principios del siglo XX. A partir de ahí, en ese eje, desde 1 hasta la 19, en las manzanas que se forman entre 51 y 53, se erigieron algunos de los principales edificios públicos. ¿Cuáles? Primero, el Palacio de Policía (hoy Ministerio de Seguridad). Luego, la Gobernación y la Legislatura. Luego, la Municipalidad y la Catedral. Finalmente, el Regimiento 7. El “relato” del Eje Monumental empezaba con la Policía y terminaba con el Ejército.
Si ampliamos la mirada, que esta manzana (2) –también una zona importante del casco urbano- estuviera ocupada por un Distrito, da cuenta de una presencia militar significativa.

Que en 19 y 53 ya no haya un cartel sino una plaza pública, que aquí no haya milicos sino cineastas y trabajadores sociales, que la Universidad vaya a tener el predio del BIM3 (que hace unas décadas no aparecía en los mapas sino con una mancha negra, por ser un lugar de importancia estratégica), es sin duda una buena señal del retroceso de esa presencia militar.
Por supuesto, habrá que ver cómo se construye el recuerdo de lo que sucedió en cada uno de estos lugares: de los colimbas que reclutaron aquí, de los desaparecidos que pasaron por el centro clandestino que funcionó en el BIM... y no sólo de lo que sucedió en la última dictadura: el Regimiento 7, por ejemplo, fue un foco de la rebelión de junio de 1956, de la resistencia peronista. Ahí hicieron barricadas con tranvías y ómnibus. Ahí fusilaron a dos insurgentes, al inicio de un período de gobiernos ilegítimos que duró décadas y que fue el caldo de cultivo de las organizaciones políticas armadas. También es el sitio donde obligaron a Yrigoyen a firmar su renuncia tras el primer golpe de Estado del siglo XX.
Por otra parte, el retroceso de los “lugares militares” no es el panorama completo. No hay tantas razones para festejar... Las proliferación de rejas y de cámaras de seguridad en edificios públicos y muchas viviendas, la construcción de barrios privados y de casas amuralladas que sólo miran hacia (su) adentro; los “bancos anti-vagabundos” en algunas plazas y la creciente presencia de patrullas y de retenes policiales, son marcas que también rescriben esa ciudad-relato. No estamos en la dictadura pero el relato de la ciudad actual también tiene algo de “relato de terror”, de miedo. Eso hace que para una parte importante de la población el espacio público sea apenas para circular, y no para estar; para sospechar, y no para compartir. (Es algo que también tenemos que tener en cuenta cuando asumimos al desafío de construir y disputar una memoria pública. Tenemos que entender la época. Robert Musil escribió que –hoy- no hay nada tan invisible en el mundo como los monumentos).

Quiero traer una referencia académica, aprovechando que en las últimas dos o tres décadas se conformó una suerte de “campo de estudio” sobre la memoria social. Una obra monumental, y bastante fundacional, es el trabajo que coordinó el historiador francés Pierre Norá, que se llama Les lieux de mémoire, y que se publicó entre 1984 y 1993. Son tres tomos gigantes donde analiza los distintos lugares de memoria de Francia.
Nora admite que en esa enorme recopilación coexisten y se tensionan una concepción “amplia y extensiva” de lugares, con una “estrecha y restrictiva”, ligada al sentido coloquial y el uso público. El concepto teórico, más amplio, define al lugar de memoria como “toda unidad significativa, de orden material o ideal, donde la voluntad de los hombres o el trabajo del tiempo ha hecho un elemento simbólico del patrimonio memorioso de una comunidad cualquiera”. Lugar de memoria sería lo que otros autores llaman soporte, vehículo, vector de la memoria. Nora nombra con esa idea un conjunto de soportes que resguardan relatos sobre el pasado: una marca urbana pero también una fecha, un manual escolar, cierta conmemoración, una película, un libro, etcétera. Incluso la noción de generación sería un lugar de memoria.
De eso rescato dos cuestiones. Primero: que los relatos sobre el pasado se construyen a partir de múltiples lenguajes. Pienso en nuestra experiencia grupal como La Grieta: se los puede buscar en una colección de libros infantiles censurados, en una obra de teatro, en una intervención callejera, en una estampilla. Segundo: que la memoria implica, necesita, el diálogo abierto de todas las generaciones. Quizá es lo que hace más interesante la conformación de este panel.

Queda pendiente la pregunta por los recorridos. Hablando de la dictadura, está claro que la memoria social -los relatos en disputa- no ha sido siempre la misma. Ni siquiera la “memoria oficial” ha quedado estática.
De la teoría de la guerra contra la subversión enunciada por los militares y sus cómplices, el discurso estatal de la pos-dictadura (bien acogido por la sociedad) pasó a sostener la teoría de los dos demonios, que afirmaba -según palabras de Sábato en el prólogo del Nunca Más- que “durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda...”
Ambos son relatos de mucha eficacia, porque suponen planteos simples, sin fisuras, sin “zonas grises”, sin controversias. Dos demonios y una sociedad víctima: la memoria del Nunca Más no sólo criminaliza a la militancia y la iguala al terrorismo de Estado, sino que supone además una sociedad pasiva.
Seguramente la buena acogida de la sociedad haya tenido que ver con la posibilidad de esconder responsabilidades. Pero no hubiera sido posible semejante plan de exterminio y de reorganización de la sociedad, sin algún grado de consenso -de participación activa, de conformidad- en sectores importantes de la sociedad. Como dice el título de esta muestra, hubo mucho silencio.
Para quienes habían sufrido la represión, la forma más fácil de saldar cuentas con aquel relato, en un momento en que la prioridad era juzgar a los militares, fue construir el “mito de la inocencia”, la idea de la “víctima inocente” que hegemonizó durante mucho tiempo el discurso público de los organismos de derechos humanos.
Eso produjo que en la cima de la jerarquía de “voces autorizadas” en los ochenta estuvieran los familiares –el dolor de la ausencia-, algo bien distinto a lo que pasó en Brasil –por ejemplo- donde los ex presos, reconocidos como ex militantes, tuvieron protagonismo desde un principio.
Las memorias militantes circularon subterráneamente y recién empezaron a cobrar fuerza después de mediados de los ´90, cuando parece iniciarse un nuevo recorrido. Entonces se abren nuevas posibilidades de castigo a los culpables -después de las leyes de impunidad y los indultos- pero sobre todo diría que es una nueva época porque aparecen en escena los HIJOS –y la generación de esos Hijos-, que por un lado empiezan a buscar/reivindicar la identidad política de sus viejos, y por otro le ponen color y alegría a las marchas, y traen nuevas modalidades de demanda.
Es probable que la mayoría de los que estábamos en el escrache del viernes pasado hayamos nacido hacia el final de la dictadura o incluso después. Está sucediendo también, por ejemplo, en el ámbito judicial: los abogados querellantes son jóvenes treintañeros.

Creo que es interesante -y bien promisoria- esa participación de nuevas generaciones en la construcción de una memoria sobre este “pasado que no pasa” -como se dijo en un célebre debate de historiadores alemanes a propósito del nazismo.
Se abre, cada vez más, la posibilidad de pensar la historia reciente desinhibidamente, con frescura, sin ataduras, sin miedo a ninguna pregunta. Y a diferencia de otras sociedades, que vivieron largos silencios hasta poder poner la experiencia en palabras, es bueno que eso ocurra cuando es posible suscitar un diálogo inter-generacional.
Tenemos así una nueva posibilidad de mover a la memoria de su lugar, de re-construirla con una mirada apasionada y desapasionada simultáneamente. Apasionada por comprender, por proyectar, por hacer, pero también capaz de escindirse de las pasiones de otra época.
Podemos –digo que ahora y nosotros: podemos- desatarnos del peso de los dos demonios y también de los relatos con categorías como héroes y traidores que nos impiden pensar ciertos procesos políticos.
Podemos -ahora, nosotros- desatarnos de las cronologías duras y simplistas que nos proponen los feriados, que nos hacen suponer que el 24 de marzo de 1976 “empezó” la represión.
Y también -podemos, y debemos- proyectar la mirada al presente. Pensar cuánto de la dictadura hay en esta ciudad cada vez más patrullada que estamos habitando.
Porque, en definitiva, el lugar de la memoria es el presente, y todo recorrido tiene un rumbo.

(1) Este post se basa en los apuntes para una intervención en el panel que llevó ese título, formado por integrantes del colectivo La Grieta, en el marco de la Semana de la Memoria en la Facultad de Trabajo Social. En ese sentido, tiene la escritura de un texto para ser leído –y la crudeza de un texto para ser discutido-.
En el Aula Magna estaba presentada la muestra de arte correo “Un golpe, varios gritos, mucho silencio” (La Grieta, 2006). En el panel estuvieron, además, Fabiana di Luca y Gonzalo Chaves. Fabiana comentó la experiencia de la convocatoria que dio lugar a aquella muestra, en la que predominó la participación de generaciones “adultas” y quedó manifiesta la recurrencia de ciertos enfoques –desde el represor o desde el militante-, representaciones –del horror, de la desaparición, del dolor- y formas de representación –el rojo y el negro, la imagen sórdida, etc.- que corroboran una persistente dificultad para pensar la experiencia de los setenta y la dictadura desde otros lugares simbólicos. “También en lo simbólico nos debemos una discusión generacional”.
Gonzalo, por su parte, recuperó algunas historias poco conocidas o poco recordadas: desde la “inteligencia” que justificó la censura a Haroldo Conti (en 1975) hasta los asesinatos del gobernador Ragone o el ex rector de la UNLP Rodolfo Agoglia, también en un período anterior al golpe. El recuerdo de las 600 desapariciones y las 2000 muertes políticas durante el gobierno de Isabel, y del Operativo Independencia como “Ensayo General del Genocidio”, abonaron a la idea de desatarnos de las cronologías nos hacen creer que el 24 de marzo de 1976 comenzó la represión. “La memoria se construye en el presente y tiene que ser crítica con el pasado”. Por otra parte, Gonzalo rememoró acciones de resistencia a la dictadura, desde el movimiento de derechos humanos –en especial las Madres- hasta el movimiento obrero, que ya en 1979 realizó una huelga general. “Es necesario seguir contando”, concluyó.

(2) La Facultad de Trabajo Social, donde se realizó la charla, está ubicada entre la manzana delimitada por la diagonal 78 y las calles 9, 10, 62 y 63, en la ciudad de La Plata. Hasta la década de 1980 funcionó en ese sitio un Distrito Militar. Sus puertas estaban custodiadas por hombres armados y por allí pasaron miles de jóvenes cuando todavía existía la colimba. Hoy es una sede de la Universidad Nacional de La Plata, donde dictan clases de trabajo social, comunicación audiovisual y diseño industrial.

FOTOS MANUEL NEGRIN: "TRES GENERACIONES"

viernes, 20 de marzo de 2009

Hasta el cuello

Prometeo hasta el cuello se estrenó el tormentoso sábado pasado. Se presentará en La Plata dos funciones más: el sábado 21 y el sábado 28, a las 21 horas, en el Galpón de Encomiendas y Equipajes del colectivo La Grieta.
La obra de Esquilo, como escribió Esteban en Encajados, se convierte en "el punto de partida para atreverse a contar una historia que muy pocos se animan todavía a relatar y muchos menos a discutir. Prometeo será recordado para poner el dedo en la llaga, para pensar el problema de la ´traición´ en la Argentina de los ‘70, al interior de las organizaciones armadas, pero también para pensar una temporalidad desquiciada con la que tuvo que medirse una generación entera".
La mezquindad, el miedo, el sectarismo, la obsecuencia, los malentendidos, la incapacidad de la critica y la impugnación de la autocrítica. La inundación que apagó el fuego de Prometeo. Las frías palabras que sobrevinieron a la primavera.
"Los mitos
-escribe Esteban- pierden su carga maldita, se vuelven fetiches que pueden continuar identificando pero ya no movilizarán a nadie, al menos en esas condiciones. Nadie come vidrio. Al menos el pueblo, que se repliega a terreno malo, pero conocido. Pero los cuadros siguen aferrados a los espejitos de colores, y las imágenes que les devuelven esos cristales que ahora se estrellan contra el piso, son difíciles de ensamblar. Cada uno de ellos vera una parte y nadie podrá o querrá ver el todo. Todavía, más de treinta años después, sigue siendo un rompecabezas difícil de ensamblar".
Se trata, en fin, de pensar la derrota. ¿Es posible?
La obra es revulsiva, pone el dedo en la llaga. Generó, incluso, debates hacia adentro.
Gonzalo dice que la puesta no hace otra cosa que reeditar el Nunca Más: que "la crítica hacia los setenta, no aporta nada nuevo, esta cargada de lugares comunes, repite la versión de la ´historia oficial´ sobre el pasado reciente". Yo discrepo. Creo que la obra es parte de una memoria en movimiento, y que el difícil ejercicio de pensar la historia reciente debe ser abierto a todos los lenguajes, a todas las generaciones, aunque se trate de un pasado doloroso.
Bienvenida la provocativa Prometeo hasta el cuello si se trata de abrir ese debate sin jerarquías ni límites.

PARA LEER MÁS
>> "Encajados", por Esteban Rodríguez
>> "Sábato hasta el cuello", por Gonzalo Cháves
>> "¿Por qué no podemos pensar la derrota?", por Daniel Badenes
>> "En torno a Prometeo", por Fernando Alfón (Incorporado 21/03/09)
>> "Repique platense", por Juan José Santillán (Incorporado 22/03/09)
>> "Una crítica que ayuda a entender y a proyectar", por Lucas Miguel (23/03/09)
>> "La setentidad al palo", por Laura Lenci (NUEVO, 09/05/09)

SOBRE LA OBRA
"Prometeo hasta el cuello", de Juan José Santillán. A partir de la tragedia Prometeo Encadenado de Esquilo / Puesta en escena y dirección general: Diego Starosta / Producción general: El Muererío Teatro / Elenco: Eliana Antar, Emanuel Belser, Diana Cortajerena, Magdalena De Santo, Lucía Rossi, Diego Starosta y Darío Szraka.

SÁBADOS 14, 21 y 28 de MARZO a las 21 HS en el GALPÓN ENCOMIENDAS Y EQUIPAJES
18 y 71 - La Plata. localidades: $15
Organiza La grieta / Auspicia Museo de Arte y Memoria

http://prometeohastaelcuello.blogspot.com - www.elmuererioteatro.com.ar

jueves, 19 de marzo de 2009

Alerta, medios alterados

Para los lectores de diarios, ojo: cuando Clarín, este mañana, escribe que en el acto no hubo "miembros de las organizaciones representativas de los medios de comunicación del país", se refiere a que no estuvieron todos los empresarios oligopólicos de la comunicación. En cambio, si estaban representantes de las radios comunitarias de la Argentina, de las cooperativas a las que el decreto de la dictadura les prohibía llevar tele a sus comunidades, etcétera.
Sí, es cierto: también estaban Moyano y Scioli en el palco, y Albistur fue el cuarto hombre que se sentó en la mesa, si bien estuvo calladito, como pintado. (Deberíamos organizarnos, los kirchneristas coyunturales, para comprar Uvasal en un mayorista). Pero el texto de la ley es muy bueno.
Y es un éxito, para quienes hace añares vienen y venimos militando el tema, que en el texto del proyecto -prolijamente anotado, explicado, con legislación comparada- se reivindiquen de entrada "los 21 puntos" que la Coalición (no la Coalición Cívica Libertadora de Carrió, sino la Coalición por una Radiodifusión Democrática que existe desde antes) redactó y sostuvo contra viento y marea, incluso cuando el kirchnerismo pactó con los empresarios y le regaló el nefasto decreto 527.
El libro publicado por Presidencia y repartido ayer, incluso, analiza el proyecto a la luz de esos 21 puntos, bastante bien retomados, incluida la reserva del 33% de las frecuencias a entidades de la comunidad, sin fines de lucro. Que salga será otra batalla. Y la implementación, otra, tanto o más dura. Veremos. Pero no lo hagamos pasivamente: acompañemos. Hagámoslo o seguiremos silenciados, discutiendo en la mesa familiar la agenda de preocupaciones de un puñado de empresarios, y viendo marchas por la seguridad trasmitidas en cadena nacional como si fuera lo único que pasa en el país.
Y mientras el panorama mediático sea el actual, para saber de qué se trata hurguemos en Internet, sintonicemos radios comunitarias, sospechemos siempre de las palabras difundidas por los grandes grupos. En las jornadas que vienen seguramente enfrentemos la paradoja de escuchar día y noche, en las pantallas más vistas, que aquí no se respeta la libertad de expresión. En eso, un viejo radical, el Chacho Jaloslavsky -una especie de viejo Viscacha de los ´80- tenía razón cuando habló sobre Clarín: "Hay que cuidarse de ese diario, ataca como partido político y si uno le contesta se defiende con la libertad de prensa”.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Kirchneristas coyunturales, al Teatro

Me acuerdo de mi viejo, una vez, en el programa de Fernando Bravo. Yo era chiquito. La tele tenía nueve o diez botones para elegir canales –no se usaban todos- y había que sostenerlos con un escarbadientes. Papá, con camisa y saco, estaba adentro de la caja luminosa.
También me acuerdo de la sigla, FOSMO, y de la paciencia con que diseñaban los carteles en un tiempo sin computadoras. Quizás haya sido la primera forma de militancia que conocí en mi familia, que todavía estaba exiliada en Quilmes, donde nací: el Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio.
Más cerca en el tiempo, me acuerdo haber hecho entre amigos el ejercicio de indagar qué cosa buena rescataban del gobierno de Menem. Era una pregunta provocativa. El menemato fue tan nefasto que resulta difícil identificar algo positivo en el período. Por mi parte, tenía una respuesta preparada: la suspensión de la colimba. Claro, Menem la hizo obligado por las circunstancias, tras el asesinato del soldado Carrasco en un cuartel de Zapala. Pero al fin y al cabo, es algo que cambió para bien y ocurrió en los noventa.
A veces nos olvidamos de esos años. El remate de todo, los indultos, los descuentos a los jubilados, tanta hijaputez. Los guiños a los militares. Ejemplifico con una historia olvidada: en octubre de 1990, el Congreso aprobó eximir del servicio militar a los hijos de desaparecidos. Sin embargo, el entonces vicepresidente Eduardo Duhalde (con Menem de viaje) vetó la ley. Respondía a reclamos castrenses, que se quejaban de que la medida “favorecería a los posibles seguidores del bando perdedor en la lucha antisubversiva” y adjudicaba las desapariciones forzadas al “accionar del personal militar, sin haber probado fehacientemente tal hecho”. No podemos negar que en algo avanzamos. Tal es así que cuando cumplí 18 el asunto me pasó desapercibido: no tuve que escuchar temblando un sorteo por radio, ni fraguar certificados médicos, ni hacerme pasar por loco como Charly García. Era pelado por elección y no por haber zafado.
¿A qué viene todo esto? Esta mañana leí el último exabrupto de Susana Gímenez: “la vuelta de la colimba sería una solución para un montón de chicos de esa edad, que les enseñaría cosas, los sacaría de la calle”. Eso dijo ayer la diva del menemismo devenida en líder de la lucha contra la inseguridad. Pero ojo: no se trata de descalificar a la persona, sino a la propuesta. Además Susana es apenas un botón de muestra de un clasismo asqueroso que estos días parece bastante extendido.
O no. No del todo. Susana no es sólo una mujer de clase alta llena de prejuicios. Susana también es comunicadora, es parte de la escena mediática que forjó un decreto de la dictadura que en democracia sólo se tocó para empeorarlo: Menem eliminó el artículo que no permitía a los propietarios de medios gráficos manejar canales de televisión y evitaba la formación de multimedios que acumularan demasiado poder.
Hoy las comunicaciones están concentradas en un grupito de empresas privadas, con fines de lucro e intereses diversificados. Criminalizan la pobreza y banalizan el debate público. Operan. Manipulan. Silencian.
Qué curioso, en estos días son dos figuras emblemáticas de ese negocio, Susana Gimenez y Marcelo Tinelli, las que fogonean el reclamo “contra la inseguridad”. Antes eran familiares movidos por la bronca y el dolor, ya fueran empresarios con títulos truchos o madres con un poco más de ética. Tenían prejuicios similares, pero ante todo se equivocaban en creer que la condición de víctimas los hacía especialistas en seguridad y que el dolor podía estar en los fundamentos de una ley. Ya no es el caso. El conductor de Videomatch, empresario de los medios, sabe lo que hace.
Hoy a las 18 la cosa va a estar movida. En el Teatro Argentino de La Plata el gobierno va a presentar un anteproyecto de ley de servicios audiovisuales, esa gran deuda de la democracia. Dicen que recupera los 21 puntos de la Coalición por una Radiodifusión Democrática, y que habrá un período de debate con las organizaciones. Al mismo tiempo, en varias plazas habrá Marchas por la Seguridad, bandera que aglutina a una clase media que tiene tanto miedo como egoísmo. Y otros, lamentablemente menos, marcharán porque se cumplen dos años y medio de la desaparición de Jorge Julio López.
Esto último hace algo infeliz la convocatoria del gobierno. Igual fue la última vez que estuve en un acto de Cristina, hace nueve meses, cuando me alarmó el caceroleo garca de mis vecinos y un coro de editoriales golpistas que auguraban que Duhalde era una buena salida. En aquella oportunidad, en palabras graciosas pero no en broma, nos declarábamos parte de un Frente Nacional del Kirchnerismo Coyuntural. Lejos del fanatismo K, pero también lejos de quienes hablan de este gobierno como si fuera tan difícil enumerar cosas positivas.
Los puteamos a veces, sabemos sus límites, queremos más, pero frente a la Sociedad Rural no había dudas. Hoy tampoco. Por eso vamos al Teatro Argentino.
Está en juego el acceso a la palabra. Se viene la televisión digital, la Triple Play y quién sabe cuánta posibilidad de concentración de poder. La guerra con Clarín está desatada. Quizás piensen en pactar con Telefónica, sí, pero es más probable que lo hagan si están solos.
Digo que cada uno que acompañe como le salga. Pero acompañemos esto. Y preparémonos para descreer de lo que publiquen los medios, más que nunca. Porque este no es el gobierno que soñamos, pero en este momento la alternativa es la colimba y la pena de muerte.

martes, 10 de marzo de 2009

Cuba (III): Las cosas en claro

Es difícil saber si, clausurado el criminal bloqueo que la isla sufre hace añares, sería posible una prensa plural como la que –de hecho- existió en los primeros años posteriores a la revolución. En Cuba hay sólo un diario, y es asquerosamente oficialista.
Cuesta dilucidar si hay buenos cuadros medios –pareciera que sí, pero tienen poco protagonismo- y es abismal la diferencia de nuestras culturas políticas: nos resulta increíble la persistente legitimidad de algunos líderes que parecen eternos. Sí, Cuba suena a gerontocracia: Fidel dejó el lugar a Raúl, y hasta el ministro de la Informática y las Telecomunicaciones es un veterano de 76 que asaltó el Moncada, navegó en el Granma y estuvo en la Sierra Maestra.
Mucho de lo que se dice cierto. Hay dirigentes cuyos beneficios suenan excesivos; hay quienes quieren salir del país y no pueden; y en el país de la educación y la salud, gana más quien se aboca al turismo que un maestro, un enfermero o un médico.
Otro tanto se exagera. Los cubanos votan; los cubanos discuten política. Tienen una educación formidable. Toda la tele es de aire y hay dos canales educativos. Y algo clave: son concientes de sus problemas. Saben que hay mucho para hacer o reconquistar.
Entre todo, sigue vigente la certeza que dispara un cartel, a la vera de una ruta:
- 200 millones de niños en el mundo duermen hoy en la calle. Ninguno es cubano.
Y uno piensa en su país, en los pibes con hambre a los que el Estado mata a palos o quiere meter en cana. La frase estremece. Ninguno es cubano. Partamos de esa base. Después discutimos el resto.

  • Publicado en La Pulseada N° 67, marzo de 2009, que ya salió.
IMAGEN Tapa de La Pulseada 67 (FOTO RICARDO NAVONI)
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viernes, 6 de marzo de 2009

Cuba (II): El festejo que no fue

Los empleados cubanos de Migraciones se cansaron de ver argentinos. Entraron centenares en muy poquitos días. En las casas de familia de Santiago, la ciudad más hospitalaria de Cuba, preguntaban por qué tantos, si era que habían brotado de la tierra. Cualquier cuartito de más, habilitado o no por el Estado, se convirtió en alojamiento. La Plaza de Marte se pobló de mates.
- Venimos por el cincuentenario de la revolución.
- Por los 50 años del triunfo de la revolución –aclaró alguien, cerca del cuartel Moncada, ese que Fidel Castro intentó tomar el 26 de julio de 1953. Entonces hubo muertes y largas prisiones donde se bocetó el programa político de una lucha que persistió.
Hoy el Moncada –como otros antiguos cuarteles- es un predio utilizado por instituciones educativas. A la entrada hay un museo que cuenta aquel primer intento, aquella derrota. La historia los absolvió.
Fue el 1° de enero de 1959 cuando el dictador Fulgencio Batista huyó de la isla, asediado por los barbudos que bajaron de la Sierra Maestra y, sobre todo, por el pueblo que los apoyó. Una semana después, los revolucionarios ingresaban triunfantes a La Habana.
De eso se cumplieron 50 este enero. Luego vinieron las reformas agrarias, la alfabetización masiva, alimentos y salud para quienes nunca habían tenido. Hubo que resistir invasiones y desmontar intentos de magnicidio. En 1961, en plena guerra fría, la isla se declaró socialista.
- 50 años en revolución –remarcan algunos carteles.
Así es. Y Cuba no brindó festejos de una efeméride sino lecciones cotidianas.
Al principio muchos sudamericanos, en su mayoría argentinos, estaban defraudados. Habían llegado en busca de una celebración pomposa, un recital de Silvio Rodríguez y acaso la reaparición pública de Fidel en un acto de masas compartido con los otros líderes latinos a los que saludaban banderas y remeras. No hubo nada de eso. Ni Hugo Chávez ni Evo Morales estuvieron ahí. El acto central pareció un evento escolar. Raúl hizo un discurso sin anuncios y con poca potencia. De Fidel apenas hubo un dudoso mensaje de una línea: “Felicito a nuestro pueblo heroico”.
Las explicaciones no siempre alcanzaron. Había mucha austeridad en la organización de los actos, y eso es indiscutible: la famosa regla de las prioridades del Estado socialista, admiradas por todos los que estaban allí. Por otra parte, en la sociedad cubana hay una presencia tan fuerte de la conmemoración histórica, que es posible que 50 años no significaran algo muy diferente de 49 o 48, más allá del número redondo.
Queda la duda incontestada, para quienes guardan la imagen de los discursos de Fidel en la plaza de la Revolución, de por qué no hubo un acto de masas. Los santiagueros se quedaron en sus casas. En la exigua plaza del pueblo ingresaron los 3000 invitados previstos y nadie más.
Por más intentos para ingresar, marchando encolumnados por las cercanías del Parque Céspedes, los argentinos convocados por el número redondo quedaron afuera. Alguno intentó la presión de los empujones; otros esgrimieron ante los guardias la condición de coterráneos del “Che” Guevara; y cuando vieron pasar al secretario de Derechos Humanos, lo designaron mediador, sin ningún éxito. “No hay lugar, el acto está organizado de esta forma. Nos dicen que nos vayamos retirando, que no quisieran tener un incidente con nosotros”, sintetizó Eduardo Luis Duhalde con un megáfono prestado. Al final, todos vieron el acto por tele, como la mayoría de los cubanos. Autogestionaron festejos en otras plazas, donde con melodías típicas de los estadios cantaron estrofas de amistad con la revolución cubana. Muchas terminaban en chiste, y algún chiste terminó en burla:
- Cuba, Cuba, Cuba; la clase media te saluda.
El festejo que no fue dejó esa otra lección, contra los vicios del efemeridismo, y habrá que tenerla presente en 2009. En lo que va del calendario, además del triunfo cubano, ya se festejaron 10 años del gobierno bolivariano de Venezuela, 15 del levantamiento del Ejército Zapatista en México y las bodas de plata de los Sin Tierra brasileños. La lista podría ser interminable. También se cumplen 30 de la ´revolución islámica´ de Irán, 40 de la ´revolución libia´ del coronel Gadafi, 60 de la revolución china...
Pero mientras se escriben notas con fotos en blanco y negro, la América latina con sus venas abiertas se llena de colores diversos. También este verano, días antes de que entrara en plena vigencia entre Perú y Estados Unidos un oprobioso Tratado de Libre Comercio, Bolivia reformó su Constitución y demostró que también vive en revolución.
No había bolivianos en las plazas autoconvocadas por la fecha cubana, pero acaso dieron su mejor homenaje. Esa podría ser la lección y la consigna para el 2009: que la memoria sea el faro de la lucha, para que el año no sea pura efeméride.
  • Publicado en La Pulseada N° 67, marzo de 2009.
FOTO D. B. (La Habana, diciembre de 2008)
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