miércoles, 17 de marzo de 2010

Benjamin (I): la bofetada del cocinero

Este año, en septiembre sobre todo, se hablará de Walter Benjamin. Nadie le pondrá su nombre a torneos de bolitas, encuentros de payadores y fondos para pagar la deuda externa, como ocurre con el Bicentenario, pero seguro habrá un par de congresos y jornaditas, inspiradas por un aniversario redondo. Sucede que dentro de poco se cumplirán 70 años del día que se quitó la vida uno de los pensadores más lúcidos del siglo XX. Al igual que Antonio Gramsci -y más o menos en la misma época- Benjamin dejó una obra profunda, inconclusa también, reconstruida y comprendida a partir de fragmentos y tardíamente.
Me dieron ganas de hacer un par de entraditas sobre Benjamin, aunque más no sea para recuperar una anécdota suelta o alguna reflexión poco conocida.
Más de uno conoce al Benjamin de los manuales, que lo catalogan como "un pensador de la Escuela de Frankfurt". En verdad, fue un outsider de ese grupo, al que nunca integró formalmente y con el que tuvo una relación contradictoria.
Es más: ni siquiera perteneció a la Universidad de Frankfurt. Quiso, pero la institución objetó la tesis con la que buscó acceder a una cátedra. Fue en 1925. “Me fue imposible extraer algún significado comprensible”, escribió Hans Cornelius, miembro del jurado. Benjamin aceptó retirar la petición para evitar el rechazo. Era un estudio sobre el Trauerspiel, un género literario alemán. (Hoy, por supuesto, ese trabajo está publicado. En español hay un par de traducciones: “El origen del drama barroco alemán”, editado por Taurus en 1990, y “El origen del Trauerspiel aleman”, en el primer volumen de sus Obras, Abada Editores, 2006). Y aquí la anécdota que pinta a Benjamin y su relación con la academia. La primavera siguiente a ese rebote, volvió sobre su estudio y escribió un nuevo prólogo, dirigido a los universitarios de Frankfurt, si bien se lo envió a su amigo Sholem. Lo presentaba como “uno de los trabajos más exitosos” y decía así:
Quisiera contar, por segunda vez, el cuento de la Bella Durmiente.
Ella dormía en su seto de zarzas. Y luego, al cabo de equis años, se despierta.
Pero no la despierta el beso de un príncipe feliz.
La ha despertado el cocinero, al darle al pinche la sonora bofetada que retumbó por el todo el palacio con toda la fuerza acumulada durante tantos años.
Una hermosa criatura duerme tras el seto espinoso de las páginas siguientes.
Que no se le acerque ningún príncipe azul pertrechado con las deslumbrantes armas de la ciencia. Pues, al darle el beso, le ha de clavar los dientes.
Es, antes bien, el autor quien, como jefe de cocina, se ha reservado para sí el derecho a despertarla. Ya va siendo hora de que la bofetada resuene por las estancias de la ciencia.
Entonces despertará también esta pobre verdad que se pinchó con la anticuada rueca cuando se disponía, indebidamente, a tejerse en el desván de un talar profesoral.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...