lunes, 8 de marzo de 2010

Prólogo a una edición encaminada

Encontré en la bandeja de enviados un mail escrito en caliente, que mandé hace un año y medio a un puñado de familiares y amigos. El asunto era: “Lápices rotos (prólogo a una edición fallida)”. Y decía así:
Muy poquitos leyeron el texto o vieron pruebas de diseño.
Algunos otros saben del proyecto, aunque lo comentamos poco para no quemarlo.
Varios supieron recién cuando todo permitía suponer al texto en imprenta.
Se generó, incluso, un poco de expectativa. Una amiga que escuchó en que andábamos y estaba organizando una mesa de debate, cursó una invitación para dar una charla.
En estos días, a lo sumo hoy (15/09/08), estarían rodando algunos miles de ejemplares de “Lápices”, un librito ilustrado sobre una historia que no es pura noche y que no empieza –ni termina– el 16 de septiembre de 1976.
Llevaría el sello de la Jefatura de Gabinete municipal. La iniciativa no se acordó hace tanto, por eso el apuro y el trabajo los fines de semana. Un período corto pero intenso: entre idas y vueltas el librito tiene decenas de horas de laburo encima. Gustó. “Cambiemos este dato, porque también vamos a distribuirlo a nivel nacional”, dijo uno e inflaron más el globo. Se trabajó en consecuencia. Siguió gustando. Se logró un buen producto. Y a tiempo: hace diez días, por lo menos, estaba en condiciones de entrar en imprenta.
Nunca llegó. ¿Por qué? La gran incógnita. Si alguno la devela, nos hace un favor. Los teléfonos no atienden (los que deberían atender; los que antes atendían) y cada respuesta elusiva es más decadente. Como si fuera un concurso de desidia. Siempre es decadente cuando no ponen la cara.
Sobre todo cuando del otro lado pusieron todo. Así fue. Le robamos tiempo al tiempo. Lo que laburó Juan, el ilustrador, es impresionante. Hizo y rehizo con oficio apasionado. Incentivó las correcciones y las sintió propias; buscó mejorar el trabajo por su cuenta en varias trasnoches.
Conocer a Juan es, quizá, lo más positivo del trago amargo.
El resto da bronca. Da bronca el manoseo y la falta de respeto por el trabajo y el compromiso del otro. Manejan la cosa pública con una improvisación pavorosa y se excusan –y a veces los excusamos– hablando de un terreno minado, de un sitio a conquistar donde cada armario guarda una trampa del enemigo. Apelan a la gran frase: estamos disputando. Entonces aceptamos el desorden, los trabajos apurados, algunas directivas contradictorias y la incertidumbre del pago tardío porque, claro, están disputando ese espacio para que podamos construir un mundo mejor. Eso da bronca: que militen “para el pueblo” bastardeando al trabajo ajeno; que se crean que están haciendo la revolución y no sean capaces de explicarse ni siquiera ante alguien que se supone afín. Da bronca confirmar lo que uno sospecha de tanto en tanto: que esos tipos jamás harán una revolución. Quizá consigan poder, más poder, pero cuando lo tengan ya no querrán hacerla.
En fin, tengo un poco de bronca.
También tengo un texto inédito sobre la militancia estudiantil secundaria en los ´70, escrito a las apuradas pero con cuidado y entusiasmo.
Y tengo el teléfono de un ilustrador con el que quizá vuelva a trabajar (Buen tipo. En este momento está bastante más enojado que yo).
Tengo nuevas razones para no confiar, y sin embargo no impedirán que vuelva a hacerlo (cuando crea estar compartiendo un horizonte y cuando el camino hacia allá implique algo que me gusta, como escribir).
Sigo teniendo ganas de escribir. De mandarlos a la puta que lo parió, dar vuelta la página y seguir apuntando historias.

Ahí quedó la cosa. Obviamente nunca cobramos; ni siquiera las disculpas. Seguí pensando la experiencia con esos tipos, mili-chantas, que se cagan en su palabra y en los principios con la excusa de que al final del camino está la revolución (Pienso -en cambio- que la revolución está en el camino: se hace en cada paso, cada gesto y cada compromiso).
Pero este post no es para evocar broncas del pasado sino para contar novedades.
Pasado un tiempo, pasada la bronca por ese negreo con discurso progre, pensamos que no tenía sentido dejar el laburo guardado en un cajón. De gusto, Juan convirtió los dibujos en grabados. Exploramos algunas posibilidades. Decidimos, aunque nos tentaba, no re-hacer el libro, sino publicar los textos y las mismas imágenes como fueron pensadas entonces.
La buena nueva es que el librito acaba de entrar a imprenta.
Vale entonces reemplazar las puteadas por los agradecimientos:
A los primeros lectores, que si mal no recuerdo fueron Lucas Miguel, Esteban Rodríguez, Verona Demaestri y mi vieja. También a los que leyeron y alentaron después del primer tropiezo: Maite Rodriguez di Luca, Juan Duizeide y Lalo Painceira.
A Nora Semplici y el equipo de gestión del Liceo, que decidieron bancar la impresión y tuvieron más palabra que los “compañeros” del Movimiento Evita.
A Gonzalo Ré, que se sumó para darle el último toque de diseño con mano profesional.
A nuestra obstinación, por supuesto, también.
A quienes accedieron a presentar el libro, cuyos nombres se develarán en el próximo post, con más precisiones de la invitación.

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