martes, 4 de mayo de 2010

La ciudad privada

Regreso a una vieja práctica de este blog: la de revisar papeles viejos y volver sobre recuerdos atesorados, esos gustos difíciles de darse en artículos que se escriben en tercera persona. En la biblioteca de casa tengo una colección de Cuadernos de La Plata: una revista en formato de librito que salió entre octubre del ´68 y algún momento de 1972, vinculada a la intelectualidad socialista de la ciudad. Están los nombres de Enrique Anderson Imbert, Alejandro Denis-Krause, Aníbal Sánchez Reulet, Noel Sbarra, Emilio Corbiére, José Sazbon, entre muchos otros. Arrancó dirigida por Guillermo Korn y Luis Aznar, con su oficina ubicada en el edificio Odeón de Venezuela, lugar de tempranos exilios. El número que siempre me llamó la atención ya tiene domicilio platense: es el tercer Cuaderno, y data de julio de 1970.
De eso hace cuarenta años. Y ahí están, sobre el papel amarillento y la tinta intacta, los mismos dos apellidos que se leen acá al costado. Anselmo R. Badenes escribe un artículo sobre la ciudad. Eduardo C. Schaposnik asume, en ese número, la dirección de la revista. Recién algunos años después el primero, mi papá, sería el yerno del segundo, mi abuelo materno.
Cuarenta años hace. Mi viejo era arquitecto. Digo era, en tiempo pasado, porque cuando nací ya estaba en plena retirada de la profesión. “Antes arquitecto y ajedrecista, ahora docente y escritor”, se definió alguna vez, palabra más o menos. No he leído mucho de lo que escribió, salvo aquel librito de palabras talladas en el taller de René. Para mí era profesor. Daba clases de matemáticas o de geometría. Iba a la cárcel de Olmos, y también tomaba un TALP hacia Junín. Sobre su paso por el FOSMO evoqué algo el año pasado. Después apareció el Autocad y las clases en ingeniería.
La cosa es que en 1970 era arquitecto. Hace cuarenta años... Pablo estaría dando sus primeros pasos. Y él escribió en el Tercer Cuaderno de La Plata un artículo que se titula “¿En qué ciudades vivimos?”.
No lo fui a buscar de casualidad. Lo hice pensando en el nuevo Código de Ordenamiento Urbano que acaba de aprobarse acá mismo, a espaldas de la sociedad, con una alianza entre el bruerismo y los felipistas de Unión-Pro. La ordenanza tiene 143 páginas pero, en esencia, no es difícil de sintetizar. Más negocio inmobiliario y menos planificación urbana. Edificios más altos en el centro, sin calcular ni importar el riesgo sanitario, la contaminación sonora, el colapso de los servicios públicos (En mi barrio casi se festeja que la zona es más o menos definida como de preservación, o sea que zafaríamos de las topadoras y los rascacielos. Pero no hay barrio sin ciudad…)
El arquitecto Badenes decía en aquel entonces que la forma de nuestras ciudades era producto de un puñado de ideas básicas. La primera, fundamental, era la propiedad privada de la tierra. Y en el centro, se trata de un bien escaso. “El aprovechamiento de la tierra urbana sólo puede traducirse de una manera: con el aumento de construcciones sobre ella. Así, primero se densificó la planta sobre cada lote, eliminando los espacios libres, y luego se comenzaron a construir plantas sobre plantas, en la medida en que la técnica lo hacía posible”. Las técnicas modernas de construcción -el esqueleto de hormigón armado, el ascensor- nos legaron torres, blocks, monoblocks y rascacielos, que no fueron más que “productos simples del afán especulativo del poseedor de la tierra (sigue siendo así) o bien afanes de ostentación de los gigantes del dinero”. Ante el crecimiento sin control surgieron los códigos de edificación. Frente a la regla, surgió la corrupción y la entrega. Decía el artículo de 1970: “el Derecho y la Técnica no han hecho más que secundar los deseos del poder económico, que es el nervio de nuestra época”. Los códigos de regulación, única herramienta para poner un poco de orden, nacían atrasados y burlados por la realidad.
Le sigue a esa reflexión un punteo de “los problemas más peligrosos y poco analizados en nuestras ciudades”. Desde la falta de conocimiento sobre las redes de servicios públicos que se superponen en las calles, hasta la ausencia de control sobre la contaminación del aire, pasando por los problemas de tránsito que “se han resuelto hasta hoy con ´parches´; semáforos, señales, manos de circulación, cruces y desvíos” que provocan más problemas que soluciones. Si no fuera por algún dato muy específico, algún término en desuso o el papel amarillo de la edición, diría que el artículo está escrito ayer. Pero hace cuarenta años.
Decía mi viejo, cuando era arquitecto y el director de la revista no era su suegro, allá por 1970:
“¿Puede la tierra urbana ser de propiedad privada? ¿Puede alguien enriquecerse con beneficios que, de hecho, pertenecen a la comunidad que los ha creado? ¿Puede un propietario arruinar a otro, ejerciendo los derechos que la ley le concede inicialmente? ¿Puede la comunidad entera seguir arruinándose, construyendo edificios que son lamentables formas de mediocridad?”

Cuarenta años después, La Plata tiene un "nuevo" código. El procedimiento legislativo nos dice bastante. Los concejales de la Comisión de Planeamiento se reunieron en un domicilio particular. Se cagaron en las advertencias de especialistas y en las opiniones de organizaciones sociales. Votaron en una sesión cualquiera, sin debate público.
Voy a llamar a papá y darle la mala noticia de que, hasta ahora, han podido.


FOTO MARINA LOSADA, de su trabajo "Tapar el sol"

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