jueves, 19 de marzo de 2015

Materia política

Cuando en 2007 la Facultad de Ciencias Exactas decidió lanzar una revista como Materia Pendiente (MP), generó –sin saberlo entonces- un hito en la historia de las publicaciones platenses. El mérito de la continuidad –20 números de salida regular- se suma hoy a los que supo forjar desde un inicio: una producción periodística de calidad y una línea editorial bien clara. Con un equipo de profesionales comprometidos, MP vino a plantear sin palabras difíciles que toda ciencia es política y que la universidad debe estar al servicio de la sociedad. 
“Nos convocamos a repensar el sentido de la ciencia y la tecnología como empresas colectivas de solución de enigmas y problemas sociales concretos”, anunciaba la primera editorial, que definía la agenda de temas como “de interés general”: un interés al que los académicos debían necesariamente prestar atención.
Tras las primeras salidas, recibimos dos comparaciones que fueron un placer. Una inscribía a MP en la tradición de Ciencia Nueva, la revista de ciencia, tecnología y política que hacia 1970 denunciaba el divorcio entre el investigador científico y los intereses del pueblo. La otra, anclada en el presente, decía que esta revista era “como La Pulseada de la ciencia” y la hermanaba definitivamente a ese medio popular con el que siempre compartió firmas e ideales.  
Era una apuesta decidida: Materia Pendiente nació de un proyecto que siempre supo que la ciencia y el periodismo son políticos, y que sin ninguna pretensión de neutralidad busca poner a ambos a favor del pueblo. Por eso hizo historia.

NOTA: Escribí este texto a mediados del año pasado, cuando la revista que proyectamos allá por la primavera del 2007 llegaba a su número 20 y me pidieron unas líneas en mi carácter de "editor-fundador". Hoy lo comparto para lamentar el final de ese proyecto y el verdugeo del decano de Ciencias Exactas, Carlos Naon, a los trabajadores de ese gran equipo de trabajo que hizo posible casi ocho años de Materia Pendiente.

martes, 10 de marzo de 2015

La necesaria recuperación de un proyecto intelectual

RESEÑA. Zarowsky, Mariano. Del laboratorio chileno a la comunicación-mundo. Un itinerario intelectual de Armand Mattelart. Editorial Biblos, Buenos Aires, 2013.

Publicada en la revista e-l@tina, donde me rebautizaron "Sergio Badenes" :-)

Era tiempo de que un trabajo riguroso de historia intelectual recuperara la biografía y los aportes de Armand Mattelart, un referente fundacional del campo de la comunicación -tanto en América Latina como en Francia- y protagonista intelectual de interesantes procesos de transformación social y política, que había sido objeto hasta hoy de lecturas equívocas, producto del olvido de las condiciones de producción de sus principales trabajos. La deuda la salda Mariano Zarowsky en este libro impecable que sintetiza, pone en contexto y analiza una trayectoria con más de treinta libros publicados y decenas de artículos, informes e intervenciones políticas, que comienza en el Chile que intentó su propia vía al socialismo y concluye en el centro del universo intelectual francés, pasando por Nicaragua, Mozambique y Argelia, entre otros escenarios nacionales.
Belga de nacimiento y latinoamericano por adopción -desde su llegada al país andino en 1962, a los 26 años-, Mattelart es una figura sumamente reconocida en los estudios de comunicación en América Latina, pero existen una serie de equívocos y silencios en torno a su obra. Estos “malentendidos”, según sostiene Zarowsky en este trabajo gestado como tesis de doctorado en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA -defendida en 2012-, son producto de una desatención sobre las condiciones concretas en las que forjó su perspectiva teórica y epistemológica, particularmente de sus aportes durante el proceso político de la Unidad Popular en Chile (1970-1973). Una experiencia que será a su vez su visa de entrada a Francia, en una “vuelta” a Europa que no puede pensarse sino como un exilio, como explica claramente el autor: fue un destierro forzado, no exento de carencias económicas y dificultades de adaptación. Es muy clara la reconstrucción de aquellos años en que un personaje cosmopolita, heterodoxo y crítico como Mattelart llega a un medio intelectual como el francés, caracterizado por su aislacionismo y las marcadas divisiones y
jerarquías disciplinares. Allí, su primer trabajo sería como cineasta, convocado por el escritor, fotógrafo y realizador militante Chris Marker para realizar un documental sobre la situación chilena: La Spirale (1976).
La serie de informes demandados por organismos estatales e instituciones internacionales -en un momento de cierta apertura al disenso que supo aprovechar muy bien-, en los que Mattelart comenzó sus reflexiones sobre la transnacionalización de la comunicación, a fines de los setenta y en los primeros años ochenta, se vinculan precisamente a aquel momento de inestabilidad laboral: el investigador de la comunicación no conseguirá un puesto estable en la universidad francesa hasta diez años después de su llegada al país. Entre esos trabajos por encargo cabe mencionar el elaborado junto a Jean-Marie Piemme para el gobierno de Bélgica -traducido a nuestro idioma parcialmente como La televisión alternativa-, donde introducía el concepto modo de producción de la comunicación y confrontaba con la epistemología de ciertas historias de los medios que se planteaban como meras cronologías de inventos técnicos, como si éstos tuvieran una lógica interna. Por el contrario, planteaban Mattelart y Piemme, había que dar cuenta de “la articulación de un medio con el conjunto de las contradicciones y estructuras donde él se inscribe” (Mattelart, Piemme,
1980: 36).
Al reponer minuciosamente los contextos del itinerario de este pensador, Zarowsky historiza toda una época del desarrollo de las ciencias sociales, los estudios sobre comunicación y el pensamiento de izquierdas, dando cuenta de las distintas instituciones, publicaciones y relaciones entre intelectuales que conformaron una red de sociabilidad académica y política de carácter internacional de la que Mattelart fue una figura clave. “Fue por esos años una suerte de traductor, mediador o pasador cultural dedicado a la puesta en relación de esferas heterogéneas de la práctica social y de tradiciones intelectuales y formaciones culturales de espacios nacionales heterogéneos” (Zarowsky, 2013: 29), sintetiza el estudioso de su biografía intelectual. Mattelart entrecruzaba la investigación científica, la actividad editorial, la docencia universitaria, la intervención cultural, las asesorías como experto y la militancia política. Zarowsky destaca su rol como editor y traductor, una faceta apenas explorada y tal vez la que mejor singulariza su perfil y proyecto. Como intelectual transnacional, Mattelart produjo una mediación entre distintos ámbitos de militancia política,
experiencias sociales alternativas y espacios institucionalizados de formación del saber.
El libro está prologado por Héctor Schmucler, que lo valora y destaca como “un verdadero ejercicio de 'historia conceptual', donde las ideas adquieren significación en contextos precisos, en diálogo con otros conceptos, igualmente comprensibles al calor de sus propias historias y de las disputas de la época” (en Zarowsky, 2013: 18). Schmucler fue partícipe de esa red de sociabilidad académica-militante que supo tejer Armand Mattelart, con quien compartió la conducción de una revista emblemática para el pensamiento crítico de la comunicación latinoamericana: Comunicación y Cultura (1973-1985), estudiada por Víctor Lenarduzzi (1998) en uno de los antecedentes ineludibles de esta pesquisa. Zarowsky sitúa el origen de ese emprendimiento en una reunión realizada en Montevideo a fines de 1971, convocada por Mario Kaplún en la que participaron Hugo Assman, Héctor Schmucler, Michele y Armand Mattelart, entre otros, con el objetivo de pensar un “proyecto crítico de investigación” en comunicación. Aunque con un perfil internacional -que consolidaría en su período mexicano-, esta revista de impronta gramsciana vería la luz durante la experiencia chilena, estudiada minuciosamente por Zarowsky desde su tesis de maestría, ya dedicada a Mattelart pero concentrada en los años que van de 1962 a 1973 (Zarowsky, 2009).
Ese gran punto de partida está sintetizado en el capítulo 2 del libro, dedicado al paso de Mattelart por el país andino, donde se encontró con el apasionante proceso de debate sobre las políticas de comunicación y cultura que se dieron -y quedaron truncas- durante la vía chilena al socialismo. Mattelart participó desde el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN), creado en el seno de la Universidad Católica, pero también a través de la experiencia concreta de la editorial estatal Quimantú, donde se encaró un proyecto de transformación de productos de la “industria cultural”. Es en el marco de esas discusiones que se comprende cabalmente el sentido de libros como Comunicación masiva y revolución socialista (1971, con Santiago Funes y Patricio Biedma, un investigador argentino desaparecido cinco años después en Buenos Aires) y Agresión en el espacio. Cultura y napalm en la era de los satélites (1972, a partir de una indagación que surgió por pedido del propio Salvador Allende), y en particular de su obra más conocida, origen de los mayores malentendidos: Para leer al Pato Donald (con Ariel Dorfman, 1971). Vale destacar que, como reflexión sobre su historia intelectual, Zarowsky señala acertadamente el escaso tiempo que Mattelart adscribió a la corriente de “análisis ideológico de los mensajes”, donde congelaron al pensador muchas lecturas selectivas sobre el desarrollo de campo de la comunicación revisadas en el capítulo 1 del libro.
De aquellos años data también el vínculo con dos investigadores pioneros de la incipiente economía política de la comunicación: el norteamericano Herbert Schiller y el canadiense Dallas Smythe, que visitaron Chile a fines de 1971 para expresar su solidaridad con el proceso político y conocer la experiencia en materia de comunicación. En ese entonces, Mattelart cruzaría sus planteos sobre el imperialismo cultural con las preguntas de los “dependentistas” -como Franz Hinkelammert o Theotonio Dos Santos, entre otros- que también trabajaban en centros y universidades chilenas, y fueron sus interlocutores en ámbitos como el Simposio “Transición al socialismo y experiencia chilena”. Más tarde asumiría un rol protagónico en la organización de la Conferencia Internacional sobre el Imperialismo Cultural (Argelia, 1977). Su exposición inaugural en ese encuentro -retomada luego en artículos y libros- es una suerte de hito en la revisión o complejización de la noción de imperialismo cultural.
En el laboratorio chileno, como bien recupera Zarowsky, Armand Mattelart había sido además un interlocutor intelectual y colaborador del MIR, y apoyó decididamente la estrategia del “poder popular”. Eso explica su trabajo con la prensa alternativa surgida en los cordones industriales de Santiago, sobre el final del gobierno de Allende, que recuperaría en trabajos posteriores. Entre ellos, la antología en dos volúmenes que realizó con el editor norteamericano Seth Siegelaub, Comunication and Class Struggle (1979-1983), quizás “el proyecto más significativo para pensar este itinerario y este perfil intelectual múltiple y cosmopolita”. Cabe decir que aquel ambicioso compendio aún no está traducido al español, salvo sus prólogos, un aporte de Mariano Zarowsky en un rol de traductor/editor como el que le destaca a su “objeto de estudio”.
Aquella antología buscó sentar las bases teóricas, conceptuales y epistemológicas de una perspectiva marxista sobre la comunicación y la cultura, a la que Mattelart denomina un análisis de clase de la comunicación. Si ese análisis de clase -que se forja entre la crítica de la economía política de la comunicación y la recuperación histórica de prácticas de resistencia y comunicación popular- es
distintivo de su trabajo en los años '80, su gran contribución en los '90 será la reflexión sobre los procesos de internacionalización y los modos de regulación social que acompañan a las mutaciones del poder. Con una vocación genealógica, Mattelart se propuso entonces vincular la historia de los sistemas de comunicación con la de sus conceptos, teorías y representaciones. Iniciada con Pensar sobre los medios -su libro bisagra en la década anterior-, esa perspectiva queda plasmada en cuatro obras publicadas entre mediados de los noventa y la primera década del siglo XXI: La comunicación mundo. Historia de las ideas y de las estrategias, La invención de la comunicación, Historia de la utopía planetaria y Un mundo vigilado. Zarowsky aborda de conjunto las tres primeras, con la meta de concluir la biografía intelectual con un “mapa cognitivo”. En esa cartografía se destaca la noción de comunicación-mundo, que dialoga con los conceptos de economía-mundo de Immanuel Wallerstein y sistema-mundo de Fernand Braudel.
En esos mismos años, ya con cierto prestigio en el campo intelectual francés, Mattelart produjo cinco libros de “divulgación”, que tuvieron varias ediciones y alcanzaron un público bastante amplio. En sus traducciones al español, con ediciones que no dieron cuenta de su origen y su concepción como trabajos didácticos, Zarowsky apunta otra fuente de equívocos: “Tal vez -al no mediar en América Latina una distinción entre sus trabajos de divulgación y sus libros de mayor envergadura- esta situación contribuyera a producir una suerte de minimización o efecto de 'reiteración' temática en la consideración de la obra de Mattelart” (Zarowsky, 2013: 281).
En sus palabras finales, el autor expresa su deseo de que el libro se lea “como un aporte a una emergente y aún poco desarrollada historia intelectual de los estudios en comunicación en América Latina” (286). Al recuperar una trayectoria multifacética como la de Mattelart, Del laboratorio chileno a la comunicación-mundo resulta mucho más que eso: es un alegato sobre el rol de los intelectuales que
nos interpela, una pieza de la historia de los procesos de transformación social en América Latina y la
reafirmación de un proyecto intelectual potente cuyas preguntas y horizontes políticos siguen vigentes.
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