sábado, 30 de mayo de 2015

La Feria indigna

No hay nada nuevo bajo el Sol. Por no decir: no hay nada nuevo bajo la bola de LEDs que cuelga en el centro del Pasaje Dardo Rocha, donde por estos días se celebra un encuentro de librerías de saldo y editoriales comerciales que los funcionarios platenses insisten en llamar “Feria del Libro”.
La recorrí el viernes y sé que hay quienes esperan una reseña crítica, pero no tengo mucho para agregar a lo que ya dije el año pasado sobre esta feria bruerista. Y no uso ese adjetivo como mera anotación de una filiación política sino como una caracterización: creo que la Feria expresa -una vez más- el menosprecio del gobierno municipal hacia la gestión cultural y sintetiza la mixtura ideológica de un sector político que mamó el privatismo de Menem y el conservadurismo de la Iglesia más rancia, pero que intenta disimularlo con discursos, medidas y acciones para acomodarse a los tiempos.
En serio: hay apenas unas pocas novedades bajo la bola de LEDs. Siguen ahí los filtros de PSA, los papeles de Polibol, las revistas de Disney y Utilísima, y la misma gigantografía de Francisco que saluda en el stand de una de las varias editoriales católicas que exponen en la Feria (y eso hay que reconocerlo: si alguna tradición ferial tiene La Plata, es la de la Feria del Libro Católico bendecida anualmente por el medieval monseñor Aguer). En una apretada síntesis:
e) La composición de la Feria es diversa. Predominan las editoriales comerciales. No las grandes (aunque están Planeta, Siglo XX, AZ), pero tampoco las llamadas independientes, esas que operan en el mercado editorial con cierta apuesta por la cultura y un cuidado de sus catálogos. La mayoría son editoriales medio pelo, con fines de lucro, que editan manuales, libros infantiles y productos por el estilo. No es una Feria para ir a buscar literatura.
ee) Así y todo, está un poco mejor que el año pasado -o un poco menos peor-, si uno tiene en cuenta que esta vez participan La bestia equilátera, Gourmet Musical, Crumb o Nueva Historieta Argentina. Junto con Nuestra América, que ya participaba, al menos tienen algo para mostrar.
eee) Los grandes ausentes siguen siendo las editoras platenses, al menos las que mueven algo en el sector durante todo el año. Ni Pixel ni La Talita Dorada ni EME ni La Campana ni Club Hem ni Mil Botellas ni La Caracola ni Barba de Abejas ni Al Margen ni Sur Surreal ni Del Lado de Acá ni Malisia: nada de nada. Un visitante desatento podría decir: ¡pero yo vi libros locales! Claro, porque la Secretaría de Cultura contactó a los autores, que llevaron sus libros, libros editados por sellos locales que no fueron invitados. Una buena forma de llenar su propia ausencia...
eeee) Ediciones de la Comuna, la editorial municipal que supo conducir Gabriel Báñez hasta que se suicidó, tuvo la dignidad de no montar un stand. El año pasado, su flamante director, nombrado sin tener ninguna experiencia en el rubro, se enojó por mis comentarios sobre el triste papel del sello, supuestamente “apresurados” frente una gestión que recién arrancaba. Han pasado doce meses: La Comuna sigue siendo un link a un blog que no existe y no publicó ni un título. En el registro obligatorio (ISBN) que monopoliza la Cámara Argentina del Libro, entidad corporativa que participa de la Feria, registraron uno en diciembre de 2014: “1882-2014 Cartografía imaginaria de La Plata”. No lo busquen: nunca lo imprimieron.
eeeee) Tampoco hay revistas en la Feria, salvo las que algún librero o editorial llevó de acompañante, pero ninguna publicación platense fue invitada como tal. Un buen defensor podría decir: es una Feria del Libro, no de revistas. ¿Qué hacen ahí, entonces, el Instituto Gastronómico Argentino, los decoradores de eventos Anacleta y los purificadores PSA?
eeeeee) Sí participan del evento algunas universidades y sellos educativos. Acorde al perfil ideológico del evento municipal, predominan las privadas -UCALP, Universidad del Este- pero también hay públicas: este año están la UTN, que no aporta mucho, y la UNLP. De la Editorial de la Universidad Nacional de La Plata vale destacar la decisión de llevar a la Feria algunos libros y revistas que hablan de la gran inundación del 2A. No es un dato menor: vale recordar que cuando este evento tuvo su primera edición en 2012, muy poco después de la inundación, la orden emanada hacia los organizadores de charlas y stands era clara: “no se puede hablar de la inundación”.
eeeeeee) La Feria la completan un grupo de librerías que llevaron ante todo libros de saldo (en mi humilde opinión, saldos viejos y poco atractivos). Sólo contando esos títulos se puede llegar a la suma de “200 editoriales” que promociona el Municipio en una feria que, a todo trapo, ronda las 50.
Pero vamos*: ya nada sorprende bajo la bola de LEDs del Pasaje Dardo Rocha. Una vez más, por tercera edición, se desluce una feria consecuente con el perfil del gobierno que la impulsa. En la ciudad universitaria donde hay una movida editorial autogestiva que desde afuera miran con interés, el Estado apenas es capaz de una feria tan de morondanga como su slogan: “hacia una ciudad que Leeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee”.

martes, 12 de mayo de 2015

Los usurpadores de Abasto

Foto: SADO
Si van a hablar de la propiedad privada, hablemos de los orígenes.
Porque ya sabemos: la propiedad privada, como derecho, la inventaron los primeros en apropiarse algo para sí. Primero pusieron el alambrado, después la ley.Toda propiedad fue pública, comunitaria, de la Pachamama o como quieran llamarla, antes de ser privada.
Hablemos, entonces, de ese punto del mapa que hoy señalamos con números de calles: 520 y 214.
El primero en considerar que esos terrenos ubicados en Abasto eran privados y eran suyos se llamó Alonso Gamíz de Vergara. En 1640 este hombre se convirtió en el propietario de un terreno equivalente a 16 veces el casco urbano de La Plata, que va desde parte de la zona norte de la ciudad hasta Brandsen, incluyendo Abasto.
¿Cuánto pagó por esas tierras?
Nada. Fue una “merced” por los servicios prestados.
¿Qué había hecho?
Servir a Su Magestad, según explica en los pedidos que presenta pidiendo tierras. Había ayudado al castigo de los “indios serrano alzados”, anota también. Sí: porque esta zona no era un desierto inhabitado. Por ejemplo, “La Matanza” no se llama así de casualidad sino por la masacre que condujo Juan de Garay, segundo fundador de Buenos Aires, una ciudad que tampoco se fundó dos veces por obra del azar. Y en esos tiempos había maloneo: los indios resistían a los blancos que traían la propiedad privada.
Alonso Gamíz de Vergara había sido el alguacil mayor (es decir, el jefe de policía) de Pedro Esteban Dávila, el titular de la gobernación de Buenos Aires entre 1631 y 1637 (dicho sea de paso, si hacemos una historia de la tortura en el Río de la Plata, no debemos olvidar que Dávila dispuso en enero de 1637 que “el negro o negra o india que echara la basura en la calle” tendría la “pena de cien azotes, que se darán en el rollo de la plaza pública”. Los blancos hacían lo que querían, claro).
Dávila fue el quinto gobernador de Buenos Aires. El primero que tuvo ese cargo, designado por Felipe III de España, fue Diego de Góngora. Fue cuando el Rey dividió el extenso territorio de la gobernación del Río de la Plata en dos. En ese momento, la gran preocupación de los españoles era el contrabando. La Aduana de Buenos Aires era un colador. Góngora pidió refuerzos extraordinarios para combatir ese problema, pero nunca lo hizo efectivamente.
Un tiempo después, la Corona mandó a un tal Delgado Flores a que lo auditara: "los contrabandistas están en todas partes. He de matar a todos los de esta ciudad", dijo el investigador. Góngora reaccionó recurriendo al notario del Santo Oficio, Juan de Vergara, para que lo condenara por esos dichos.
Este Vergara era el tío de Gamíz de Vergara, el origen de la propiedad privada en Abasto. Y era un hombre con prontuario: no solo era el hombre de la Inquisición, sino además el mayor contrabandista de la zona. Así, en poco tiempo, se convirtió en la persona más rica y poderosa de Buenos Aires, tanto que fue capaz de comprar todos los cargos del Cabildo a perpetuidad, y colocar allí a toda la familia.
Góngora cayó un tiempo después –juzgado a la distancia-, pero Vergara mantuvo el poder fáctico. Céspedes, el cuarto gobernador que tuvo Buenos Aires, se animó a enfrentarlo. No pudo: cuando lo encarceló, el obispo fray Pedro Carranza fue hasta la prisión, forzó la puerta y lo liberó. Pedro Carranza, que hizo temblar al gobernador con un sermón de ex comunión, era el primo de Juan Vergara.
A Céspedes lo sucedieron Pedro Dávila y Don Mendo de la Cueva y Benavidez, que hicieron todo lo contrario a enfrentarse al gran contrabandista. Lo que ocurrió en esos años, dicho en términos de nuestra época, fue una enorme asociación ilícita. Todo está registrado en los documentos de la época:
* El gobernador Dávila otorga tierras a Juan de Vergara. El escribano que firma la merced es… su hermano, Alonso Agreda de Vergara.
* Pedro Dávila nombra alguacil mayor a Alonso Gamíz de Vergara, el hijo del escribano mayor y sobrino del contrabandista.
* El gobernador De la Cueva y Benavidez le otorga más tierras a Juan de Vergara.
* El gobernador De la Cueva y Benavidez le otorga tierras a Alonso Gamiz de Vergara. La firma una vez más es de Alonso Agreda de Vergara, el padre del beneficiario.
Una parte de esas tierras que recibió gratis, “por sus servicios”, el jefe de policía de la Gobernación de Buenos Aires, es el foco de conflicto en estos días en que a quienes luchan por sus derechos se los nombra, con liviandad o mala leche, como usurpadores de la propiedad privada.
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